En las comunidades Qom de El Impenetrable, la apicultura familiar le gana a la tala y sienta las bases de un negocio sustentable que es codiciado en el mundo.
Chaco.- Entrar a El Impenetrable es una experiencia que se vive en el cuerpo: el polvo del suelo, la sequía o la humedad del territorio se sienten en las fosas nasales, su imponente verdor encandila y ofrece un respiro de sombras al borde de los caminos de tierra que llevan a parajes aislados entre sí y a las casas de madera nativa. La gran masa boscosa supo ser fuente de la principal tarea productiva, la tala. Sin embargo, desde 2011, crece una alternativa sustentable de la mano de un negocio que está en auge internacionalmente: la apicultura orgánica. En esta región chaqueña, la floración abundante de especies nativas se da en una temporada extendida que llega a durar hasta ocho meses, lo que permite la proliferación de colonias de abejas silvestres y también de apicultores especializados. Esta combinación es la clave para la elaboración de una miel que es única en el mundo, codiciada por su origen en el monte virgen.


Apicultoras. Rosa Ceballos (a la derecha) es la primera mujer en dedicarse a la apicultura en la región de El Espinillo, en Chaco; Ely Astorga trabaja en sus colmenares en los alrededores de El Sauzalito
El Gran Chaco Americano, territorio compartido por la Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay, es considerado el segundo ecosistema más importante de América Latina, después de la Amazonía. En nuestro país, desde 2007, está vigente la Ley de Ordenamiento Territorial de Bosques Nativos para promover la conservación de especies ante el avance del desmonte. En este contexto, la producción apícola regional se transformó en una fuente económica y laboral, sobre todo en aquellas zonas donde hay muy pocas oportunidades de empleo. Cada vez hay más familias que encuentran la solución en un monte cuidado, que da a las abejas lo que necesitan y que otorga a los productores la posibilidad de desarrollarse, ubicando a la Argentina en el tercer puesto como país exportador de miel orgánica en el mundo. Para llegar al corazón de la apicultura orgánica hay que viajar en auto durante tres horas: desde Resistencia hasta la puerta de El Impenetrable chaqueño, en Juan José Castelli. Desde allí, ir hacia el pueblo Espinillo donde se encuentra el paraje rural Algarrobal, que es parte de las 140 mil hectáreas de la comunidad Meguexoxochi, del pueblo originario Qom.
Dónde están los apiarios
Un sistema con forma de colmena
Pablo Chipulina, quien fue coordinador provincial del área apícola de Chaco, lleva más de 15 años dedicándose al arte de preservar a las abejas en la región y organizar la apicultura en el monte. Junto a su compañera de trabajo, Gladis Schab, y al apoyo del gobierno provincial, fueron responsables de articular y capacitar a comunidades que muchas veces habitan territorios inhóspitos, de escaso acceso y con servicios de luz, agua y gas que suelen ser limitados e intermitentes. «La apicultura está en relación directa con el bosque nativo, creamos una cadena laboral sustentable -cuenta Pablo-. Por ejemplo, trabajamos con árboles originarios de Chaco, construimos los cajones de madera para formar los apiarios en diferentes terrenos que, por lo general, son prestados”.


El Algarrobal. Esteban Cabrera -pastor, apicultor e integrante de la comunidad qom- sale temprano cada mañana para atender a las abejas; la especie Apis mellifera adansonii -híbrida entre abejas africanas y europeas-, se adaptó sorprendente al clima extremo de Chaco
En el interfluvio de los ríos Teuco y Bermejito, a pocos kilómetros de El Espinillo noroeste chaqueño, está la propiedad comunitaria Meguexoxochi. Es tierra cedida por el gobierno provincial en 1999 a 30.000 habitantes. Tiene una gran cantidad de quebracho y algarrobo, y es una de las reservas forestales nativas más grandes de Chaco. Allí, un grupo de apicultores de la comunidad qom Ipiaxaicqp cuenta cómo se organizaron para cuidar la reserva de la tala ilegal y así encontraron en la apicultura una especie de resistencia al desmonte, además de una oportunidad de crecimiento.


Sentados en ronda, bajo un quebrachal comentan que diez años atrás encontraron 30 colmenas abandonadas. Vieron en ese apiario una posibilidad laboral y económica. Alejandro Pérez, toma la palabra y dice: “Nos reunimos y discutimos si estábamos dispuestos a trabajar con las abejas. Reflexionamos y llegamos a la conclusión que sí. Buscamos ayuda estatal y nos brindaron un técnico apicultor. Luego, elegimos para nuestras colmenas el nombre Piaipi”. Empezaron con 30 colmenas y, en 12 años, llegaron a tener 200.

Además del apoyo que brindaron los técnicos apicultores, fue clave el vínculo ancestral que mantiene la comunidad qom Ipiaxaicqp con el entorno natural: los saberes originarios les dieron la astucia necesaria para trabajar con las abejas. “Nuestra cultura vive del monte y aunque al principio no teníamos experiencia con las abejas, desde el inicio nos dimos maña”, concluye Pérez. Recorremos la reserva, caminamos y conversamos, hasta que uno de ellos toca un tronco y nos señala que allí hay una posibilidad de sacar miel. Nadie tiene puesto traje de apicultor y tampoco se genera humo para alejar a las abejas, todo es agreste y este ritual se da con hacha en mano. Nos muestran cómo se encuentra una colmena dentro del árbol nativo algarrobo. Durante media hora, el hacha pasa de mano en mano con el objetivo de abrir el tronco para encontrar esa miel pura que llega, finalmente, y cae por las manos cuando la recogemos en tarros improvisados. La sensación al saborearla es floral, espesa y suave, un manjar único y jamás probado.



Para consumo personal. Alejandro Pérez, líder qom de la comunidad de El Algarrobal, introduce la mano en una colmena de meliponas para extraer miel; su vecino, Esteban Cabrera, usa el hacha; estas abejas nativas de América Latina construyen sus nidos en el interior de árboles vivos y no pican, aunque pueden morder con fuerza
Cuando las abejas cambian paradigmas
En 2011, la provincia apostó por la producción apícola regional, que generó un impacto socioeconómico positivo. Las comunidades -originarias y criollas- revalorizaron la importancia de un monte sano y, además, encontraron una oportunidad laboral que en muchas familias impulsó un crecimiento económico y social. Apolineo Juárez (alias Puni) y Santa Palavesino tienen 11 hijos y viven en la aldea Pozo del Gato en Güemes (profundo de El Impenetrable). Para esta familia, el monte es el centro de sus vidas. “Cuidamos chivos, chanchos, gallinas… y todo trabajo que haya que hacer. Con la apicultura empezamos hace 12 años», cuentan.

En 2008, su mujer sufrió una amputación por un tumor en su brazo derecho y, por esta razón, dejó de salir a “changuear” para ayudar a la crianza de sus hijos e hijas. En la apicultura encontró una fuente económica más beneficiosa que la tala de árboles. “Cuando empecé junto a mi hermano, teníamos apenas 11 colmenas. Fue un proceso lento, pero dio resultado porque ahora ya llegamos a las 150”, cuentan. Son las 10 de la mañana y el canto de las chicharras no deja de sonar, estamos en una casita de madera, algo así, como el quincho familiar. Hijos e hijas escuchan tímidamente a su padre. Para esta familia somos la visita que interrumpe su paz hogareña, pero ofrecen todo lo que tienen y se distraen mostrando los materiales que pudieron comprar con el dinero que les deja la propia producción apícola. Está claro, la miel transformó sus dinámicas. “Nuestra vida cambió para mejor, todo lo que tengo lo compré con este trabajo: tenemos nuestra motocarga para transportar la miel, pude construir una casita de material y una moto para que mis hijos se movilicen. Realmente no sé en qué situación hubiéramos estado estar sin la apicultura”, reconoce Santa, esposa, madre y apicultora.



En familia. El matrimonio de Puni y Santa encontró en la apicultura una forma de sostenerse y hoy todos en su casa se dedican a esta actividad; Nicelia y Ángela, dos de las hijas, ya cuentan con una moto para hacer los traslados
Sin embargo, no todo es optimismo. “Podríamos producir más, pero las altas temperaturas matan a las abejas”, se lamentan. Es que las consecuencias de las crisis ambientales están afectando cada vez más la producción y los logros comienzan a no poder sostenerse. La fuerte sequía que se produjo durante 2023 marcó un importante retroceso. Las abejas sufren por el calor extremo y sus panales se derriten. A pesar de que se implementan diversas estrategias para protegerlas, como acercar los apiarios al agua y ubicarlas en zonas con sombra, muchas veces no logran salvarlas. Trabajo colaborativo La movilidad social y económica que posibilitó la producción de la miel chaqueña en general -y en particular la orgánica- no fue un logro sencillo. “Una de las razones por las que la provincia no aprovechaba su potencial en la producción de miel era que esto requiere una gran organización, algo que no se construye de un día para otro”, explica Paula Soneira, bióloga y exsubsecretaria de Ordenamiento Territorial del Ministerio de Ambiente chaqueño, quien formó parte del diseño del plan apícola provincial. Respecto al proceso, comenta: “Es necesario formar técnicos en apicultura que recorren los territorios brindando apoyo, y luego establecer una red de apicultores que se mantenga activa en el territorio. Para exportar hay que construir salas de extracción y contar con maquinaria. Todo esto lleva tiempo y debe sostenerse más allá de los cambios de gobierno”.

La Argentina se mantiene entre el tercer y cuarto puesto como país exportador de miel en el mundo, y lo característico de la apicultura chaqueña -sobre todo en la zona norte- es que los productores locales, en la actualidad alrededor de 250, se organizaron para que sus 15.000 colmenas tuvieran lo requerido para generar miel orgánica. Esto implica que se cumplan las normas internacionales del mercado orgánico, por ejemplo, que los apiarios se encuentren en monte nativo, lejos de zonas fumigadas. El proceso de certificación comenzó durante 2017 con el objetivo de diferenciar las mieles de Chaco de otras del país. Lo que hizo que el mercado de El Impenetrable aumentara su potencial, colocando a la provincia como la mayor productora de miel orgánica. En estos años los apicultores chaqueños generaron cooperativas mieleras y, junto al gobierno provincial, construyeron salas de extracción, compraron maquinarias y desarrollaron lógicas comerciales para exportar fuera del país, tomando la posta Argenmieles y Mieles del Chaco, del grupo Grúas San Blas, fundado a fines de 2010.


Gajes del oficio. Aunque el traje protege, algunas abejas se cuelan; los apicultores ya están acostumbrados, como el que parece tener los labios pintados cuando en realidad los tiene hinchados, producto de una picadura
Lucas Andersen, gerente de Argenmieles, afirma: “La Argentina considera la miel como un commodity, con una producción que alcanza hasta 70 mil toneladas de cosecha por año. Esta actividad se concentra principalmente en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Chaco. Aproximadamente el 90% de la producción se destina a la exportación, siendo Estados Unidos el principal comprador, seguido por los países europeos. Para comparar nuestro país con otros del mundo, estaríamos a niveles parecidos de producción a los mercados de Ucrania e India”. Durante el último año, exportaron un total de 5000 toneladas y 1000 de miel orgánica, un mercado que va en crecimiento, según sus palabras. Un placer milenario En 1700 llegaron desde Francia las primeras a nuestro país, de la especie Apis mellifera, conocidas como las abejas negras europeas. Con el objetivo de producir más miel desde Italia en 1900 se importó la Apis mellifera ligústica. Así es como en la Argentina conviven diversos tipos de abejas. Se suman las nativas meliponas (que no tiene aguijón ni pican), productoras de miel también, aunque en menor menor cantidad, que se suele usar para medicina casera.


Alicia Basilio, doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y experta en mieles, abejas y polinizadores, explica que existen 20.000 especies diferentes. “El 70% son solitarias y el 30%, sociales, por ende, forman colonias o colmenas”, indica. La vida en la colmena sigue un ciclo anual. Durante el invierno, la población de abejas disminuye considerablemente; en primavera, comienza a crecer, alcanzando su punto máximo en verano, y vuelve a reducirse en otoño mientras se preparan reservas para afrontar el invierno. Para sobrevivir, las abejas necesitan alimentarse, por eso, durante los meses más cálidos, trabajan intensamente en colaboración, recolectando néctar y polen. Cuando llega la época de cosecha, el apicultor extrae únicamente el excedente de miel, aquello que las abejas no necesitan para subsistir. Basilio señala que la miel no es una sola ni es siempre igual. “Hay una increíble diversidad de colores, aromas y sabores. Todo depende de dónde recolectaron el néctar las abejas, de la época del año en que se cosechó y del entorno natural que la rodea. En nuestro país, podemos encontrar mieles muy distintas entre sí, cada una con características únicas que reflejan la riqueza de nuestras regiones según el polen y el sabor y su olor”, afirma. Como si cada frasco de miel encerrara un pedacito del paisaje: el sol, las flores y la tierra se puede llegar a sentir en cada cucharada.

La miel se recolecta desde la prehistoria, hay varios registros neolíticos con colmenas ya en funcionamiento. Pero fueron los egipcios quienes dieron el primer testimonio escrito sobre la apicultura. Ellos utilizaban la miel como alimento y llegaron hasta domesticar abejas. Luego, en la antigua Grecia, comenzaron a usar el producto como medicina. Con el tiempo, el cultivo y la práctica de apicultura se extendieron por Europa, Asia y el resto del mundo. A nivel global, el negocio de la miel atraviesa un momento crítico. Aunque la demanda de alimentos saludables continúa en aumento, los precios que se pagan por la miel no permiten una producción sustentable. Esta situación generó que muchos mercados internacionales -con China a la cabeza- adulteren la miel con diversos jarabes que logran pasar los controles. En cambio, las mieles de nuestro país permanecen puras. Cuidar, conservar y valorar esa pureza es el gran desafío.
