Diez años han pasado desde que Mariló Velasco solicitó el permiso para verter las cenizas de su padre, amante del océano, en las costas de su nativa Cádiz. Tras un largo proceso burocrático, consiguió la autorización y fundó Valkyrias del Mar, una empresa que, años después, sería pionera en convertir cenizas en arrecifes.
La infancia de Velasco está marcada por aquellas tardes en las que deshacía los nudos de la cuerda con la que su padre pescaba. Pero aún recuerda con nitidez cuando él, abatido por el cáncer, le pidió descansar en las mismas aguas donde compartieron tantos momentos. Aun así, le advirtió: “Si está prohibido, no lo hagas”, rememora.
Se refería a la Ley 41/2010, que establece restricciones al vertido en el medio marino —incluidas las cenizas— con el objetivo de proteger los ecosistemas submarinos. No obstante, las cenizas pueden arrojarse con autorización expresa.
“Fue un proceso muy largo”, evoca Mariló Velasco en conversación con EFEverde, “pero lo conseguí”, exclama, sin poder esconder todavía una sonrisa. Con los permisos en mano, comenzó por cumplir el deseo de su padre y devolverlo al mar a través de su nueva empresa, Valkyrias del Mar, en 2015. Como las amazonas griegas, acompaña el camino de los muertos con ceremonias personalizadas, religiosas o laicas, a bordo de embarcaciones a vela, en las que las familias despiden a sus seres queridos.
Generar vida después de la muerte con arrecifes artificiales
Tanto tiempo en el agua junto a su padre la impulsaba a hacer algo que perdurara y aportara vida al mar. “Ese valor ecológico ha sido siempre mi sueño”, afirma la hija del pescador.
Pasó los siete años siguientes desarrollando su idea, hasta que, en colaboración con universidades, encontraron la forma de convertir cenizas en estructuras marinas duraderas.
Desde 2022, Valkyrias del Mar produce arrecifes artificiales. En el centro de cada uno se encuentra una «lágrima del océano», una esfera elaborada con las cenizas del fallecido y la misma mezcla que el resto del arrecife: hormigón ecológico (cemento, grava y arena) y biocompuestos derivados de la caña de azúcar.
Estas estructuras, que pueden pesar hasta una tonelada, cuentan con cavidades que permiten la circulación del agua y el refugio de peces, funcionando como hábitats marinos y “están pensadas para que soporten debajo del mar entre 500 y 2.000 años”, explica la CEO de Valkyrias del Mar.
Con la ayuda de la grúa del barco, los buzos despliegan una maniobra para llevar el arrecife a las ubicaciones autorizadas, como los ya ubicados frente a la playa Tomé Quebrada, en Veramaldo (Cádiz). Sin embargo, “ya tenemos estudios preparados para dieciocho ubicaciones más en el litoral español” asegura Velasco, y espera pronto expandirse también en Alemania y Dinamarca.
Vida como legado póstumo
Gracias a la dureza del cemento, “evitamos la erosión de costas por dragados y pesca de arrastre”, explica Velasco, que considera estas estructuras como “casas de peces, que poco a poco toman la vitalidad de los ecosistemas de arrecifes naturales»
Para ella, es una alternativa de cuidado con estos ecosistemas gravemente afectados por el calentamiento de los océanos, ya que «de alguna manera, la vida se abre paso después de la muerte y, al recuperar estos espacios, crea un futuro mejor para las próximas generaciones”, subraya.
Captación de carbono
Cada arrecife incorpora un dispositivo de localización que permite a familiares y buceadores encontrar el lugar exacto, y además, monitoriza su capacidad de capturar CO2. Este sistema ha permitido abrir una segunda línea de negocio en la compensación de huella de carbono, que permite a empresas financiar estos arrecifes como parte de su responsabilidad ambiental.
Ahora tiene autorización para operar en Málaga, Cádiz, Almería, Alicante, Granada, entre otras zonas, pero lo que Velasco recuerda más difícil es “hacerle entender al mercado y a las autoridades que esto funciona, que es rentable y que no solo tiene una parte económica sino también una parte de corazón y de valor ecológico”. Afirma que no ha conseguido ningún tipo de ayuda, y en su lugar, invirtió lo que consiguió al vender su vivienda personal en el proyecto.
Por Valeria López Peña
EFEverde